NUESTRO DEBER ANTE EL DESPLOME ECONÓMICO DE EUROPA Y SU CAIDA EN EL BELICISMO. (*)


Hace un año, habría empezado este artículo con un lamento sobre la hasta entonces inimaginable transformación de la Unión Europea (UE) desde un proyecto de paz a un proyecto de guerra. Hoy no es así. En el último año, el belicismo se ha filtrado en el tejido mismo de la Unión, se ha colado en todas las políticas, ha empapado cada uno de los think tanks que generan las narrativas y doctrinas dominantes en Europa.

Pero hoy ya no tiene sentido lamentar lo que es ya un hecho: la UE es ahora un proyecto bélico hecho y derecho, un proyecto que nos llevará a la guerra permanente, o nos arruinará aún más, ¡o probablemente ambas cosas! Argumentaré que el keynesianismo militar europeo garantiza que Europa sea menos segura, más desigual y más débil. Sólo quedan dos preguntas interesantes: ¿Por qué ha tomado Europa este camino? Y, ahora que Europa está en este camino de guerra, ¿Cuál es nuestro deber para con nuestros pueblos, para con los europeos, para con la paz? Permítanme empezar por el principio.

A riesgo de irritar a los europeístas que se creen su propio mito fundacional, permítanme ser claro: la Unión Europea (desde sus inicios como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero) fue una construcción estadounidense, parte de un Plan Global de Estados Unidos que también comprendía el Sistema de Bretton Woods, la Doctrina Truman y, por supuesto, la OTAN.

Sí, la mayoría de los europeos ansiaban el fin de las guerras y los totalitarismos. Pero la UE fue concebida en Washington DC. Y se diseñó específicamente no como un mercado competitivo, sino como un cártel de grandes empresas dirigido por una burocracia sin democracia (también conocida como Comisión Europea) situada no por casualidad a tiro de piedra de la sede de la OTAN. Desde 1950, la UE se nutrió de los intereses de Estados Unidos y estuvo en sintonía con ellos, un hecho incómodo tanto para los engreídos gobernantes europeos como para Donald Trump.

La UE fue diseñada para someterse a los Estados Unidos.

Volviendo la vista hacia atrás, un hilo conductor recorre toda la historia de la UE: su total dependencia económica de Estados Unidos. Al principio, la UE dependía en gran medida de su pertenencia a la zona del dólar. Después, a partir de 1971, dependió profundamente del déficit comercial estadounidense. Así pues, de un modo u otro, la profunda dependencia de Europa respecto a Estados Unidos estaba arraigada en su arquitectura. Por tanto, hará falta mucho más que meros pronunciamientos -o unos cientos de miles de millones de euros prestados gastados en armamento- para deshacerse de la dependencia intrínseca de Europa respecto a Estados Unidos.

El hecho de que la UE se configurara desde el principio como un cártel de grandes empresas es la razón por la que la UE necesitaba tipos de cambio fijos: Las fluctuaciones monetarias desestabilizan cualquier cártel, dificultando el mantenimiento de los niveles necesarios de colusión entre sus miembros productores. De 1950 a 1971, Estados Unidos se ocupó de este problema en nombre de Europa. Mientras tuviera un déficit comercial con Estados Unidos, el cártel europeo estaba integrado en la zona del dólar: sus monedas estaban vinculadas al dólar. Pero cuando en torno a 1969 Europa (y Japón) empezaron a tener un superávit comercial con Estados Unidos, se acabó el juego. El 15 de agosto de 1971, Richard Nixon, el Donald Trump de la época, echó a Europa de la zona del dólar, y su Secretario del Tesoro dijo cínicamente a los estupefactos europeos: «¡A partir de hoy el dólar es nuestra moneda, pero es vuestro problema!

A continuación sucedieron dos cosas.

En primer lugar, para salvar su cártel de grandes empresas, los europeos se apresuraron a crear su propio régimen de tipo de cambio fijo. Lo intentaron todo: La Serpiente. El Sistema Monetario Europeo. El Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio. Todas resultaron ser endebles construcciones que los especuladores no tuvieron problemas en aplastar. Así que, desesperados, crearon la moneda más nociva que el espíritu humano podía crear: el euro. El segundo acontecimiento fue que, a medida que Estados Unidos ampliaba sus déficits presupuestarios y comerciales, la eurozona se transformó en una máquina exportadora neta dirigida por Alemania cuya demanda agregada quedaba subcontratada a Estados Unidos.

En efecto, los déficits gemelos de Estados Unidos funcionaban como una enorme aspiradora que succionaba hacia Estados Unidos las exportaciones netas de Europa, así como los beneficios de los exportadores europeos, que se invertían así en bonos del Tesoro de Estados Unidos, acciones estadounidenses e inmuebles estadounidenses. Así fue como, una vez expulsada de la zona dólar, Europa se hizo adicta a los déficits estadounidenses. Eso fue lo que produjo el shock de Nixon: Convirtió la total dependencia de Europa de vivir dentro de la zona dólar en una dependencia aún mayor de los déficits de EEUU.

Nunca desperdiciamos una ocasión de perder una oportunidad.

Aquí en Bruselas les encanta repetir que Europa avanza de crisis en crisis. Ese es otro engaño. La crisis de 2008 fue nuestra mayor oportunidad para hacer viable la Unión Europea y acabar con su profunda dependencia de Estados Unidos: los bancos franceses y alemanes estaban quebrados, las reglas imposibles de la eurozona estaban hechas trizas, y un efecto dominó, empezando por Grecia, estaba llevando a la quiebra a nuestros Estados.

Era la oportunidad perfecta para transformar la UE de un cártel de grandes empresas, intrínsecamente dependiente de la demanda agregada de Estados Unidos, en una federación funcional e internamente equilibrada. En lugar de ello, el centro radical de Europa (tanto el centro derecha como el centro izquierda) decidió que lo cambiaría todo para asegurarse de que nada cambiara. En este sentido, realizaron lo peor: Una frenética emisión de dinero para los financieros y las grandes empresas y austeridad universal para los demás.

Pero… ¿Qué ocurre cuando se aplastan los ingresos de muchos y se entregan billones a muy pocos?

Como la mayoría es demasiado pobre para comprar bienes de alto valor añadido, las empresas dejan de invertir en capital productivo, mientras que los ricos utilizan su capital excedente para elevar por las nubes los precios de la vivienda, de las acciones, del Bitcoin, del arte y de los activos en general. El resultado natural son unos niveles de desigualdad desgarradores y un profundo descontento popular. La gente empezó a desesperarse. Incluso votaron a favor de que progresistas radicales como yo entráramos en el Eurogrupo. Entonces, horrorizados, Bruselas y Fráncfort nos derrocaron, o hicieron que el señor Tsipras derrocara a su propio Gobierno, utilizando no los tanques, como hicieron en Grecia en 1967, sino los bancos… ¡no hay tanta diferencia en realidad! Un golpe de Estado es un golpe de Estado.

Dos autoritarismos simbióticos

Adivinen qué ocurrió después: Al igual que en el período de entreguerras, los ultraderechistas xenófobos surgieron de la nada. Resultaron ser un regalo del cielo para el centro radical, escandalosamente impopular, cuyos políticos podían ahora decir a los votantes: O nosotros o ellos. Pero también fue un regalo del cielo para la ultraderecha, que necesitaba al centro radical para imponer esas políticas de austeridad que crearon las condiciones que alimentaron la ira y así el vuelco de los electorados hacia la ultraderecha. Dicho de otro modo, si Macron y Le Pen tuvieran algo de sentido común, cada uno guardaría una foto enmarcada del otro en su mesita de noche, rezando una pequeña oración en nombre de su odiado oponente antes de irse a dormir.

Humo y espejitos

El totalitarismo liberal y el totalitarismo ultraderechista xenófobo son cómplices, se alimentan mutuamente. Mientras tanto, la austeridad para muchos y la impresión de dinero para unos pocos agotan las bases productivas de Europa, su tejido social, su sentido de finalidad. Así es como la Unión Europea perdió cualquier legitimidad que pudiera conservar a los ojos de los ciudadanos. Al darse cuenta de ello, los Totalitarios Liberales al mando idearon una Gran Iniciativa fracasada tras otra. ¿Quién puede olvidar el eminentemente olvidable plan de inversión Juncker, la Unión Bancaria, el Pacto Verde, o el Informe Draghi que ahora se ha unido a ellos en el basurero de la Historia?

Se anunciaron cifras impresionantes que, por desgracia, no se materializaron. Era inevitable. Mientras nuestros gobernantes dijeran NO a la unión política que podría sostener un eurobono adecuado y macroeconómicamente significativo, el dinero para financiar la inversión necesaria nunca podría materializarse. Incluso cuando -finalmente- durante la pandemia emitieron deuda común, acabaron con pasivos comunes pero sin un propósito común. Cada Gran Iniciativa anunciada fue una danza con el fracaso, humo y espejos con los que disfrazaron la desnudez de Europa. ¿El resultado?

Tras quince años de inversión productiva neta cero:

  • 1) Alemania se desindustrializa a toda velocidad, y junto a ella Europa del Este y Central, Austria y el norte de Italia.
    • 2) La parálisis política crece a caballo de las presiones fiscales.
  • 3) El neofascismo y la xenofobia afloran por doquier.
  • 4) La dependencia de Europa respecto a Estados Unidos se acentúa al tiempo que Donald Trump le suelta amarras a Europa.
  • 5) El Resto del Mundo mira a Europa como un triste caso de lo que podría haber sido, una irritante irrelevancia.

En este triste contexto, nuestros grandes y benéficos líderes tuvieron otra idea deplorable para una Gran Iniciativa: Ahora que el Pacto Verde está muerto en el agua y el Fondo de Recuperación está agotado, ¿por qué no probar con el Keynesianismo Militar?

La insensatez del keynesianismo militar.

Señoras y señores, el keynesianismo militar funciona en Estados Unidos porque Estados Unidos cuenta con las instituciones federales, la soberanía monetaria, el poder fiscal, la tecnoestructura y el proceso de adquisiciones comunes que son esenciales para aplicar el keynesianismo militar. Europa no dispone de nada de eso, ni tiene dirigentes interesados en adquirir ninguna de esas cosas. Por eso el Keynesianismo Militar no puede funcionar en Europa.

Menos mal que no puede funcionar, digo yo. Porque si funcionara, Europa tendría que hacer como Estados Unidos: Iniciar una guerra cada año para que las reservas de munición, misiles y demás se agotaran lo suficiente como para justificar los nuevos y colosales pedidos necesarios para mantener el keynesianismo militar. Sin embargo, aunque el keynesianismo militar europeo no puede ni debe funcionar, sirve para algo: es una especie de solución para, por ejemplo, Volkswagen: Ahora que Volkswagen ya no puede vender sus coches, cede líneas de producción enteras a Rheinmetall para producir tanques Leopard que von der Leyen hace que Grecia e Italia compren aunque no los queramos ni los necesitemos. Sí, el keynesianismo militar fracasará estrepitosamente en Europa, pero no antes de que lleve a nuestros Estados a la bancarrota y arroje más leña al fuego que quema vidas y sueños en los campos de exterminio de Ucrania.

Así que, permítanme ser franco: Ningún supuesto enemigo de Europa se estremece al ver a una Europa estancada, fuertemente endeudada, invertir miles de millones en armamento. Todo lo contrario. El keynesianismo militar acabará siendo la nueva austeridad de Europa para muchos y un nuevo generador de dinero para unos pocos. Debilitará aún más a Europa al tiempo que prolongará la guerra de Ucrania de una manera que va en contra del objetivo declarado de apoyar a Ucrania.

Es en este momento cuando se alzarán gritos airados desde la galería de prensa. ¿No se les oye preguntar: «¿No está Rusia en puertas?» «¿No está Europa en peligro?» «¿Debe Europa permanecer indefensa, sobre todo ahora que Trump la abandona?». Mi respuesta es clara: ¡Debilitarnos económicamente a través de un Keynesianismo Militar que constituye la Nueva Austeridad que, con precisión matemática, disminuirá aún más a Europa no es forma de hacer a





(*) Extracto del discurso de Yanis Varoufakis en el evento organizado por un grupo de miembros del Parlamento Europeo el martes 10 de junio de 2025, del cual también participaron los economistas Jeffrey Sachs y Giuseppe Conte.


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