A mediados de la década de los años ochenta, el primer ministro sueco Olof Palme seguía trabajando para implantar un ambicioso plan de socialización de las empresas (ver plan Rehn–Meidner), que en suma pretendía conseguir que el capital de las empresas fuese de titularidad pública o estuviese directamente en manos de sus trabajadores en una o dos generaciones. En febrero de 1986 una mano negra, con la complicidad del SÄPO, terminó con su vida.
por @gukgeuk

Suecia había sido durante décadas el espejo del Estado del Bienestar en el que todos los países progresistas del mundo se han mirado. Un país en donde la educación, la salud y la protección social eran universales y accesibles para todos. Un modelo de estado que la socialdemocracia nórdica llevaba décadas construyendo. Cuando 4 años después de su asesinato la derecha liberal-conservadora sueca accedió al poder, acabando con cuatro décadas de gobiernos socialdemócratas, se dedicó minuciosamente a desmontarlo pieza por pieza. Que queda de aquel mítico Estado de Bienestar sueco después de 40 años?
Este artículo analiza el declive del modelo sueco, su impacto en la desigualdad y cómo esto se relaciona con fenómenos recientes como el aumento de la delincuencia urbana.
Reformas estructurales.
Las primeras reformas estructurales, como casi siempre bajo la excusa de que el estado era incapaz de soportar tanto gasto social, supusieron la puesta en manos privadas de los servicios básicos del Estado. Entre otras las habituales::
- Privatización de servicios públicos: muchas escuelas, hospitales y residencias de mayores pasaron a manos privadas, aunque financiadas públicamente. Hoy en día aproximadamente el 25% de los colegios son privados (con fines de lucro) y el 20% de los centros de salud primarios son gestionados por empresas privadas.
- Reforma del sistema de pensiones: se pasó de un sistema de prestaciones aseguradas a uno basado en aportaciones y cuentas individuales, sin garantía estatal.
- Liberalización del mercado laboral: se flexibilizaron las condiciones laborales y se limitó la negociación colectiva.
- Reducción del gasto social: se introdujeron criterios estrictos para acceder a prestaciones, como los subsidios por desempleo o enfermedad.
Este gráfico muestra cómo, aunque el financiamiento sigue siendo público, un porcentaje significativo de los servicios clave en Suecia —como la educación primaria y la salud— está gestionado por el sector privado.

Evolución de la desigualdad

El efecto más visible de estas reformas ha sido el aumento sostenido de la desigualdad. El índice de Gini —que mide la desigualdad de ingresos— ha crecido más en Suecia que en la mayoría de los países de la OCDE.
Como consecuencia Suecia tiene actualmente el índice de Gini más alto entre los países nórdicos, lo que sugiere que ha experimentado un aumento notable en la desigualdad en comparación con sus vecinos. Aunque Suecia sigue teniendo niveles de desigualdad relativamente bajos a nivel global, es el país más desigual de los nórdicos.

Aumento de la delincuencia.
Este aumento de la desigualdad, causado por el debilitamiento del Estado del Bienestar, ha supuesto la aparición de un fenomeno desconocido en Suecia hasta hace relativamente poco: la aparición de barrios marginales en ciudades como Estocolmo, Malmö y Gotemburgo y con ellos un notable aumento de la violencia juvenil.
Algunos estudios sociológicos apuntan a ciertas conexiones clave:
- Segregación social: la privatización de la educación ha creado 2 sistemas paralelos. Uno, el privado, atiende a las élites y las clases medias-altas, mientras que el sistema público queda para los ciudadanos menos favorecidos y los inmigrantes.
- Fallos en la integración: Jóvenes de origen inmigrante, incluso de segunda o tercera generación, con menor acceso a oportunidades, dejan de confiar en el ascensor social y caen fácilmente en redes criminales.
- Desconfianza en las instituciones: La percepción de abandono por parte del Estado genera un vacío que puede ser ocupado por pandillas y economías paralelas.
“El Estado del Bienestar no solo ofrecía servicios: ofrecía pertenencia. Cuando esa pertenencia se diluye, otros actores, como las redes criminales, ocupan el vacío.”
Los políticos suecos mantienes que Suecia no ha abolido su modelo de bienestar sino que buscando la colaboracion público-privada lo ha hecho mas compatible con la lógica de la libertad de mercado. Pero la realidad es que esto, en vez de aportar mayor eficiencia y más opciones, lo que ha provocado es fragmentación social y mayor desigualdad. Paralelamente, surgen fenómenos como la criminalidad juvenil que son síntomas de un sistema que ya no integra a todos.
¿Qué nos enseña el caso sueco?
En primer lugar, que la reforma de un modelo de bienestar puede erosionar los fundamentos sociales que sostenían su legitimidad, incluso si los servicios permacen formalmente. Dicho de otro modo: el “fin del Estado del Bienestar” no se da necesariamente por su desmantelamiento total, sino por la pérdida de sus principios fundacionales: universalidad, equidad e integración social.
Lo que se logró
- Estabilizar las finanzas públicas.
- Mantener ciertos niveles de cobertura en salud y educación.
- Teóricamente, una mayor libertad de elección para los ciudadanos.
Lo que se perdió
- La igualdad de derecho y prestaciones, que había sido uno de los pilares del modelo.
- El sentimiento grupal y la cohesión social, debilitados por la desigualdad territorial, educativa y cultural.
- La confianza en las instituciones públicas, particularmente en zonas marginadas.
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Errores de diseño o implementación.
1. Privatización sin control. Se permitió que entidades con ánimo de lucro accedieran a fondos públicos para gestionar escuelas y centros de salud sin mecanismos sólidos de evaluación de calidad o impacto social. Como consecuencia se facilitó la discriminación social y la supuesta libertad de elección benefició más a las clases medias altas, y no a quienes más necesitaban apoyo.
2. Desigualdad territorial. La política de “neutralidad del bienestar” (tratar igual a todos) no funcionó. No podía funcionar en contextos donde existían desigualdades de partida. Ciertas zonas urbanas quedaron aisladas del progreso general y se generaron espacios de exclusión estructural.
3. Fallos en la integración. Educativa y laboral.
Mientras los recortes sociales reducían las políticas activas de empleo y formación para inmigrantes, crecía el desempleo, fundamentalmente entre jóvenes no nórdicos.
Este desajuste permitió la aparición de economías sumergidas y redes ilegales, como la única alternativa posible de los sectores excluidos para salir del pozo.
4. Cambios culturales sin acompañamiento institucional.
El Estado olvidó tutelar adecuadamente un cambio cultural tan drástico como el paso de un modelo solidario a uno de responsabilidad individual. Las estructuras de apoyo social o fueron claramente insuficientes o directamente no existieron.
Muchas personas quedaron en una especie de “tierra de nadie”: sin capacidad para autogestionarse ni apoyo estatal suficiente para corregir el fracaso.
“El fin del Estado del Bienestar” no se da necesariamente por su desmantelamiento total, sino por la pérdida de sus principios fundacionales: universalidad, equidad e integración social.
Advertencia para otras democracias.
Suecia es solamente un ejemplo paradigmático, porque ha ocurrido en uno de los países que durante muchas décadas ha sido tomado como modelo de lo que el Estado del Bienestar es capaz de lograr: Desarrollo, Sostenibilidad y Paz social. Pero hoy muchos otros países están transitando por el mismo camino, entre debates sobre presión fiscal, el envejecimiento poblacional y los dogmas sobre austeridad, competitividad y eficiencia, el caso sueco muestra que:
- En primer lugar, es una muestra de hasta que punto una reforma restrictiva del papel regulador del Estado, aunque sea modesta como en el caso sueco, puede llevar en pocos años a un país estable y armónico como Suecia al último puesto de bienestar de entre los escandinavos y a uno de los últimos de la UE en seguridad.
- Reducir el tamaño del Estado más allá de lo razonable, provoca un desequilibrio social que finalmente es más costoso económica y socialmente y con peores resultados. Hablamos de la sociedad civil, las élites que gobiernan desde palacios fortificados y habitan en urbanizaciones con campos de golf no conocen estos problemas.
- La integración, la confianza en el Estado y la seguridad social no se miden en porcentajes de PIB o cifras económicas. Son los hilos invisibles que sostienen el contrato social.
- La colaboración publico-privada no es ninguna garantía de eficiencia y ahorro. De hecho la mayoría de las veces lo es de todo lo contrario. Y nunca, nunca, nunca debe ser el recurso preeminente a la hora de gestionar servicios públicos estratégicos para el ciudadano como, salud, enseñanza o asistencia social.
Cuando se externalizan servicios esenciales las cuentas públicas tienden a mejorar y eso suele ser definido como un aumento de la eficiencia, pero… la cohesión social tiende a erosionarse. Sobre todo en sociedades envejecidas como las europeas, que construyen su legitimidad democrática sobre la promesa de protección social universal.
No existe un «ellos y nosotros» sino solamente «nosotros». La solidaridad es y debe ser indivisible. (Olof Palme)
La experiencia sueca muestra que no basta con mantener niveles formales de cobertura. Si los servicios pierden su calidad, su accesibilidad o su despliegue territorial, la igualdad material se desvanece aunque los derechos sigan apareciendo en el papel. Y el resultado es un nuevo tipo de ciudadanía fragmentada: los que pueden pagar por encima del estándar público acceden a mejores servicios; mientras los que no, quedan atrapados en circuitos de menor calidad, más estigmatizados y con menores expectativas de movilidad social.
Esto promueve la desigualdad y alimenta el resentimiento político, la polarización y, en última instancia, el auge de discursos autoritarios que prometen restaurar un orden perdido.
La crisis del bienestar es también una crisis de la democracia.

@gukgeuk 250730
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