THOMAS PAINE: EL LIBERALISMO ANTES DE SU PODREDUMBRE.

Seguramente el razonamiento políticamente más radical es el que busca el equilibrio entre los dos conceptos básicos de la política: La Ética y la Economía.

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Ese equilibrio es la base de todas las ideas de emancipación de la humanidad que se han dado en los últimos trescientos años: La dignidad del genero humano, su libertad, la seguridad, la moral, la democracia y una larga lista más. Y han sido muchos los pensadores y líderes políticos que han intentado encontrar ese equilibrio en sus escritos o en sus acciones de gobierno. Sin lograrlo por el momento.

Pero si alguno ha estado cerca de hacerlo, ese fue un hombre de origen humilde, que a lo largo de su vida tuvo hasta tres nacionalidades distintas. Que fue capaz capaz de tejer con todos esos hilos una base teórica radical en defensa de la emancipación de la humanidad, bajándose incluso al barro para ponerla en marcha, a riesgo incluso de su vida y de su propia libertad y, a la postre, considerado uno de los padres fundadores de los Estados Unidos de América. Seguramente hoy estará revolviéndose en su tumba de New Rochelle, viendo en lo que se ha convertido el país que él ayudó a crear. Hablamos de Thomas Paine.

Nació en 1737 en Inglaterra, en el seno de una humilde familia cuáquera, lo que seguramente influyó en su permanente oposición a las religiones organizadas, las órdenes religiosas y a los dogmas en general y en su encarecida defensa de la ciencia, la educación pública y el laicismo. De escasa formación, limitada a la lectura, escritura y poco más, subsistió con trabajos temporales y siguió autoformándose con los libros que caían en sus manos y que pronto le hicieron abrazar las ideas de La Ilustración.

1774 fue un año importante para Paine. Benjamin Franklin se encontraba en Londres como representante de Pensilvania, todavía una colonia inglesa. Cuando se encontró con él, este le habló apasionadamente del nuevo país que estaban creando en Norteamérica y, armado únicamente con una carta de presentación de Franklin y de su propio entusiasmo, cruzó el charco y llegó a Filadelfia. Casi inmediatamente escribió su ensayo Common Sense y puso patas arriba todo el territorio.

Tenía 37 años y ahí empezó todo.

Su larga vida fue una sucesión de peleas y encontronazos con los poderosos. Fue amado y odiado a partes iguales, encarcelado e incluso condenado a muerte. En este trabajo nos centraremos en su pensamiento, pero si deseas conocer más sobre su vida puedes encontrarlo AQUÍ.

En el ambiente revolucionario de las todavía colonias inglesas, Thomas Paine fue una de las mentes más radicales del siglo XVIII. Sus escritos, normalmente autoeditados en forma de panfleto, (entendido este como escrito breve, de carácter propagandístico), contribuyeron a inspirar la Revolución estadounidense, impulsaron levantamientos democráticos en Europa desde la perspectiva, entonces herética, del enfrentamiento directo con las instituciones monárquicas, los señoríos y los privilegios heredados; y fue uno de los pioneros en en poner en solfa a la mismísima justicia, hasta entonces ligada al orden y la seguridad de los poderosos, teorizando y promoviendo un concepto hasta entonces casi desconocido: La justicia económica.

Portada de «Sentido común», con el que T. Paine sentaba las bases para la Declaración de Independencia. 

Todo el pensamiento radical de Paine se basa en la premisa de que no es posible la libertad desde la pobreza. Según él, la pobreza trae consigo el miedo, la inseguridad y la privación, que inhiben el libre albedrío y son a la vez las causas de la explotación y el sometimiento a los poderosos.

«En vano se otorgan derechos a los ciudadanos si luego se les niegan la condiciones básicas de supervivencia para ejercerlos«, decía. Y concluía: «Si la libertad política no tiene sentido sin seguridad económica, ¿por qué seguimos pretendiendo que la libertad puede coexistir con la pobreza, la dependencia y la privación?«

Ese y no otro es el fundamento de la filosofía liberal que, dos siglos después, fue reformulada por economistas y filosofos de la escuela austriaca como Friedrich A. Hayek, para hacer prevalecer la libertad económica sobre cualquier otra, llegando si es necesario a justificar una dictadura para imponer los principios liberales. (Ver Hayek, Pinochet y algún otro más). En suma, lo que hoy llamamos Neoliberalismo.

No era esa en cambio la idea de liberalismo en la que Paine creía. Él defendía que todo derecho a la propiedad conlleva una deuda con el resto de la sociedad. En su panfleto Justicia Agraria defiende que en origen «la tierra, es la propiedad común de la raza humana». No obstante, aunque admite como necesaria la propiedad privada de la misma, como forma de explotarla racionalmente, sí que reniega del derecho a poseerla de aquellos que, sin tener más mérito que haberla heredado, se dedican a arrendarla a siervos o aparceros para vivir de sus rentas. Para ello proponía un sistema en el que, al contrario de lo habitual, es el propietario el que paga la renta: «Cada propietario, de terrenos cultivados adeuda a la comunidad una renta del suelo por el terreno que ocupa»·, financiando con esos ingresos una renta básica o fondo para cubrir las necesidades básicas de los desposeídos. Vemos pues que la RBU (Renta Básica Universal) no es una idea tan moderna.

Esta idea, tan lógica como radical, puede aplicarse también al agua, los hidrocarburos, los minerales, los bosques y, en general a todos los recursos naturales obtenidos de esa herencia común que es la tierra.

La clave de bóveda de todo el pensamiento de Paine residía en esta idea: El individuo no es libre si está a merced de un salario de miseria para no morir de hambre. Aunque tenga derecho a expresarse, al voto o a la libre empresa, si no tiene medios de subsistencia no puede ejercer esos derechos y ni el paternalismo, ni la buena voluntad del gobierno o del patrón le eximen del servilismo. De ahí que Paine concluya que «el primer deber de una sociedad democrática es proteger a sus ciudadanos de las vulnerabilidades que los hacen fáciles de dominar».

Pero, como buen hijo de familia humilde, Paine era especialmente crítico con los sistemas que protegen los bienes heredados por encima de cualquier otro derecho. Creía firmemente que la raíz de la desigualdad social residía en los privilegios heredados, sean estos reales, aristocráticos o sencillamente ricos herederos. Para él las grandes herencias creaban clases sociales libres de trabajo y de responsabilidad, mientras otros, con suerte, seguían inmersos de por vida en trabajos inhumanos con sueldos de subsistencia.

Heredero ideológico y protagonista activo de la Revolución Francesa, defendía que la riqueza inmerecida era un privilegio y una amenaza para la LIBERTÉ si esta era administrada con irresponsabilidad; que el poder debía estar supeditado al mérito y que por tanto, la EGALITÉ no podría sobrevivir en una sociedad gobernada por privilegiados y que sin los dos anteriores la FRATERNITÉ era imposible. Finalmente, insistía, el deber inexcusable de la democracia es demoler las estructuras que permiten a las élites dominar a los ciudadanos mediante privilegios heredados..

Como coetáneo de Rousseau y aunque Paine fue un defensor a ultranza de los derechos individuales, heredó de este su concepto de responsabilidad colectiva. Peine defendía el que ese Contrato Social era lo único que justificaba la existencia de los gobiernos. Una Sociedad que permitía la pobreza o la precariedad no era digna de tal nombre, precisamente porque incumplía su deber social con los menos favorecidos.

Para Paine el concepto de democracia significaba cuidado mutuo, esto es, los miembro de la sociedad actuando juntos y siendo capaces de proveer el bienestar y los derechos de todos sus miembros. Por tanto, al contrario de lo que los neoliberales defienden actualmente, no es una intromisión en la libertad, sino justamente su garantía. Y del mismo modo los impuestos consentidos* la expresión colectiva de ese cuidado mutuo.

No es extraño que un gigante del pensamiento liberal como Thomas Paine sea hoy prácticamente un desconocido fuera de los circulos especializados. Para los actuales (neo)liberales su mensaje es inquietante y a la vez una denuncia de sus vergonzosas posiciones sociales actuales. Su argumento de que la libertad y la desigualdad no pueden coexistir es una acusación permanente en el ideario de estos falsos liberales. Por las mismas razones tampoco es extraño que los mecanismos que Paine diseño para redistribuir la riqueza común, sean tachados por ellos de socialistas o comunistas (zurdos en el vocabulario ultraliberal)

Más de doscientos años después de Paine, el mundo sigue siendo un lugar insolidario, en donde el trabajo es precario, los salarios bajos, las viviendas dignas inasequibles, la atención sanitaria precaria y donde la riqueza continúa progresivamente concentrándose cada vez en menos manos. Y el pensamiento de Paine sigue siendo un desafío directo al orden neoliberal moderno, porque pone en evidencia, negro sobre blanco, las contradicciones del «Mundo libre» cuando difunde por los altavoces mediaticos (todos en poder de los poderosos) proclamas de democracia, mientras promueve las condiciones que mantienen a los ciudadanos en la precariedad y tilda de enemigos de la libertad a los que cuestionan su discurso.

Reivindicar el pensamiento de Paine desde posiciones liberales supondría dejar en evidencia que el liberalismo actual ya no es la doctrina política, social y económica que defiende «la libertad individual, la igualdad ante la ley, la limitación del poder estatal y la iniciativa privada» sino que ha evolucionado hacia una religión laica en donde el Libre Mercado es el Nuevo Evangelio, las grandes Corporaciones sus templos y los CEO sus sacerdotes. Todo bajo la estricta vigilancia de los Estados democráticos.

Este Nuevo Testamento no contempla mandamientos del Antiguo, como que los derechos económicos son parte inseparable de los políticos, o que la concentración de la riqueza era en origen el más mortal de los pecados liberales. También que los impuestos no son confiscación de bienes ni gastos opcionales sino la justa renta a pagar por los derechos de explotación de los bienes propiedad de la sociedad o, finalmente, que el propósito de los gobiernos democráticos no es el de figurar de árbitro de los mercados sino de garantizar la dignidad y la igualdad de oportunidades de todos los miembros de la sociedad. Y todos ellos proclamados por uno de los principales profetas del liberalismo.

El pensamiento de Paine es tan radical hoy como lo fue en el siglo XVIII, si no más. Desgraciadamente situaciones estructurales como la precariedad, los privilegios heredados o la extracción de rentas injustas siguen siendo dos siglos después la situación «normal» en las sociedades industriales. Sin que los partidos que se proclaman discípulos suyos hayan puesto manos a la obra para construir una sociedad liberal y democrática sobre las cimientos de su pensamiento político: La libertad como espacio natural de convivencia y cooperación, no la ficción jurídica y la jungla ultraliberal en la que se ha convertido su país.

Incluso los que, desde posiciones de izquierda, discrepamos del liberalismo como ideología, no podemos dejar de admirarnos del profundo idealismo y de la fortaleza intelectual del pensamiento de Paine. Y también de lamentarnos de que pasado el tiempo sus ideas no hayan germinado en la derecha moderna, sino que por el contrario hayan evolucionado peligrosamente hacia el rentismo y la acumulación de capital, conceptos ambos contra los que él luchó heroicamente.

@gukgeuk 251215


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