
“En julio de 1944, a finales de la segunda guerra mundial, representantes de cuarenta y cuatro naciones se reunieron en el complejo hotelero de Bretton Woods (New Hampshire, Estados Unidos) para diseñar un nuevo sistema monetario mundial que posibilitase una paz global y duradera tras la contienda”. (Benn Steil)
En esa fecha Europa todavía era un campo de batalla. Los dos mayores ejércitos del mundo se enfrentaban en las llanuras de Bielorrusia. Más de un millón de combatientes del Eje contenían a duras penas una oleada de dos millones y medio de soldados y cuatro mil carros de combate que el Ejército Rojo había lanzado contra ellos en la Operación Bagratión.
Un mes antes, en Normandía, la Wehrmacht había conseguido detener momentáneamente la ofensiva aliada en los suburbios de Caen. Ahora, aprovechando que Alemania tenia casi todo su esfuerzo bélico dedicado a defender la frontera este del Reich, los aliados lanzaban la Operación Cobra. Reanudando así su camino hacia París.
En Varsovia, la clandestina Armia Krajowa polaca ultimaba los preparativos para el alzamiento de la ciudad mientras, cerca de allí, la Operación Valkiria fracasaba y Hitler salvaba su pellejo por enésima y última vez, dejándose los tímpanos en la Guarida del Lobo.
La Alemania nazi daba sus últimas bocanadas. Cada vez estaba más claro que el “Reich de los mil años” no iba a durar más de doce.
De todas estas batallas hay abundante información, miles de artículos, películas, libros, … Pero durante ese mes de julio también tuvo lugar una batalla que casi no aparece en los libros, que no se disputó en Europa y de la que ni siquiera se hicieron películas, pero que creó las bases del orden mundial para las siguientes tres décadas y de donde surgió el germen del mundo globalizado que hoy conocemos. Se llamó La batalla de Bretton Woods.
A estas alturas de la contienda, nadie dudaba de la victoria aliada y los jerarcas del Reich a lo único que aspiraban era a tratar de encarecer todo lo posible la victoria a los aliados para conseguir de ese modo negociar una paz honorable, manteniendo las fronteras anteriores al conflicto. Como ahora sabemos no lo conseguirían, la rendición sería incondicional, Alemania perdería cerca de un 30% de su territorio, entre 12 y 14 millones de alemanes étnicos serían expulsados de Checoslovaquia, Polonia o la URSS y el país fue ocupado y dividido en zonas bajo control de los vencedores.
Los aliados llevaban años reuniéndose, dibujando zonas de influencia y repartiéndose los despojos del mundo: (Moscú 1942, Casablanca 1943, Teherán 1943). Este proceso culminaría seis meses después, en febrero 1945, en Yalta. Pero aún faltaba una pieza importante, el diseño de un modelo económico, que comenzara a reconstruir el mundo al día siguiente de firmar la paz y evitase los años de caos y depresión económica que la anterior guerra había provocado.
Con ese escenario de fondo, Naciones Unidas convocó en el complejo de Bretton Wods, New Hampshire – USA, una Conferencia Monetaria y Financiera con el objetivo de establecer el nuevo orden económico mundial. Asistieron representantes de 44 naciones, entre las que no estaban las perdedoras de la contienda, la España franquista tampoco estaba invitada. El objetivo era fijar las reglas de juego, comerciales, financieras y monetarias, de la paz y crear las instituciones que las harían posibles.
Con una Europa devastada y un Japón humillado y recogido en sí mismo, dos potencias emergentes intentaban hacerse con el control del mundo o cuando menos con el mayor trozo posible.
Para la URSS la Segunda Guerra Mundial estaba siendo una hecatombe. Millones de sus ciudadanos (al final de la guerra llegarían a ser más de 20 millones) la mayoría jóvenes, sembraban con sus cuerpos los campos de batalla del centro y el este de Europa. Las principales ciudades del oeste y el sur de la URSS habían sido arrasadas y los soviéticos se habían visto obligados a desmontar sus fábricas y a trasladarlas más allá de los Urales, en un esfuerzo como país de proporciones épicas, todavía hoy difícil de imaginar.

Pero iban a llegar al final de la contienda en el bando vencedor, con una maquinaria bélica e industrial funcionando con capacidades nunca vistas y, sobre todo, con el orgullo como país y como pueblo en niveles de catarsis.
Estados Unidos en cambio no había sufrido prácticamente pérdidas materiales durante la guerra. Hacia escasamente un año que el primer soldado norteamericano había puesto sus pies en Europa, en el sur de Italia. Hasta entonces USA se habían limitado a apoyar a los aliados protegiendo las lineas de suministro en el Atlántico y facilitando armas y municiones mediante la Ley de Préstamo y Arriendo a Inglaterra, Francia o la URSS. Si bien desde hacía año y medio venían luchando en el Pacífico contra el imperio japonés. Pero los USA llegarían al final de la guerra en una situación envidiable, no necesitarían reconstruir el país, el esfuerzo de guerra había mantenido su industria activa y a pleno rendimiento, millones de soldados estadounidenses pronto volverían a casa, listos para incorporarse a las fábricas, las granjas o los despachos y el gobierno americano estaba en condiciones de negociar cualquier acuerdo comercial, político o de otro tipo desde una posición de fuerza, con cualquier otra potencia.
Inglaterra era el único país importante de la Europa occidental que saldría del conflicto con su orgullo nacional intacto. No había apostado al caballo ganador en el último momento como Italia ni había colaborado con la ocupación nazi, como la mayoría de franceses. España por su parte seguía con la mantilla puesta, arrodillada ante el altar del nacionalcatolicismo. A pesar de haber sufrido grandes daños humanos y materiales y gracias a su todavía floreciente imperio, Inglaterra había sido capaz de hacer frente a la máquina de guerra nazi prácticamente sola hasta que, a finales de 1941 la URSS entrase en el conflicto de su lado.
“Siempre se puede contar con que EE UU acaba haciendo lo correcto, una vez que se han agotado las demás posibilidades” (W. Churchill)

Churchill era un furibundo anticomunista que había calificado al socialismo como “la filosofía del fracaso”, pero no por eso era admirador de los Estados Unidos. Sus relaciones con ellos siempre habían sido de cordial desconfianza, por eso al inicio de la Conferencia había manifestado, entre resignado y expectante, que “siempre se puede contar con que EE UU acaba haciendo lo correcto, una vez que se han agotado las demás posibilidades”. Pero aunque Churchill era plenamente consciente del desequilibrio de fuerzas entre la exhausta Inglaterra y los triunfantes Estados Unidos, no estaba dispuesto a dejarse laminar por el poderoso amigo americano. Por eso al frente de la delegación británica puso a su economista mas rutilante: John Maynard Keynes.

Keynes era ante todo un aristócrata. Hijo de economistas, agnóstico, con una sólida formación económica y múltiples aportaciones teóricas en esa materia. En 1919 predijo acertadamente la depresión mundial que, a causa de la “paz cartaginesa” impuesta a Alemania en la Conferencia de París tras la Gran Guerra, se llevaría por delante unos años después las economías de medio mundo, incluida la suya, y sería el cultivo perfecto para el acceso al poder del nazismo en Alemania.
Tenía una personalidad apabullante, hasta el punto de que en el fragor de la discusión podía ponerse agresivo algunas veces, sobre todo cuando creía que el interlocutor no estaba intelectualmente a su altura. En esas ocasiones era frecuente que éste último se acabase sintiendo como un estúpido. (B. Russel)
Frente a este gigante de la teoría económica los EEUU opusieron a un oscuro tecnócrata, funcionario del Tesoro y prácticamente desconocido, Harry Dexter White.
White era hijo de emigrantes judíos lituanos. Su vocación por la economía había sido tardía, hasta los 30 años no había iniciado sus estudios de economía y en 1933, ya con 40 años, publicó su tesis doctoral sobre Las cuentas internacionales francesas, unos meses después se incorporó al Departamento del Tesoro. Secretamente era un admirador de la Unión Soviética, un internacionalista convencido de que era posible mantener la paz a través del comercio. Su opinión, en esto coincidía con Keynes, era que juntos podrían evitar los errores del Tratado de Versalles y prevenir otra depresión mundial. Él, desde la sombra, estaba siendo el arquitecto del Plan Morgenthau que sobre el futuro de la Alemania de posguerra se presentaría ese mismo año, y que básicamente proponía eliminar sus fuerzas armadas y convertir el país en una comunidad agrícola y pastoril, eliminando la mayor parte de la economía de Alemania y así su capacidad para iniciar otra guerra.

De carácter apocado y marcadamente ciclotímico, White estaba lejos de poseer ni la brillante oratoria de Keynes ni su capacidad de persuasión. Encontraba su mayor satisfacción cuando presentaba monumentales propuestas sobre macroeconomía, comercio internacional y vastos planes para financiar esos proyectos. La conferencia de Bretton Woods estaba hecha a su medida.
En la Conferencia, Keynes desplegó su habitual y deslumbrante retórica, presentando una serie de propuestas novedosas y perfectamente razonadas, como la creación de una moneda única para el comercio internacional, el Bancor, compensada por un banco mundial, la UCI-Union Internacional de Compensación. El Bancor no sería una moneda internacional sino una unidad de cuenta, para rastrear los flujos de capital. Un sistema similar al ecu, que años después utilizaría la Comunidad Europea antes de la adopción del euro. (1)
El objetivo de la propuesta de Keynes era imposibilitar que a nivel global, mientras unos países lograban continuos excedentes de moneda común, otros en cambio sufriesen déficits estructurales que les obligasen a continuos reajustes de su moneda. En suma, erradicar del comercio internacional el juego de suma cero. Keynes defendía que exigir el reajuste unilateral a los países con déficit excesivo (deudores) es económicamente absurdo, ya que eso contrae proporcionalmente el comercio internacional, y que ese reajuste debería ser compensado con otro reajuste de los países con superávit excesivo (acreedores), de ese modo el crecimiento del comercio internacional sería armónico y se evitarían crisis y tensiones internacionales. Para ello se preveían mecanismos que penalizaban los saldos excesivamente positivos en las cuentas exteriores de los países acreedores, corrigiendo así de forma automática los desequilibrios dentro del sistema. No era una forma de sanción, sino más bien un mecanismo corrector que evitaba el flujo unidireccional de beneficios que a medio plazo perjudicaba a todo el sistema.
La propuesta era intachable, especialmente viniendo de uno de los padres del New Deal, la política intervencionista que había sacado a los EEUU de la anterior recesión. Pero esa vez no iba a conseguir el apoyo del agonizante presidente Roosevelt a sus políticas de corrección del mercado. Por contra, Henry Morgenthau, eterno Secretario del Tesoro norteamericano, instruyó debidamente al apocado Harry D. White prohibiéndole tajantemente apoyar las propuestas de Keynes. La causa era justamente la situación que Keynes pretendía evitar a toda costa: EEUU era prácticamente el único país de los presentes con superavits financieros, generados a comienzo del conflicto. Además, la devolución de la deuda que los países aliados habían acumulado, previsiblemente aumentaría ese superavit. Morgenthau, reconocido enemigo de las teorías keynesianas, no estaba dispuesto a renunciar a la situación de preeminencia de su país.
Contra todo pronóstico, los planes cuidadosamente diseñados por Keynes y una pléyade de expertos financieros durante los meses previos a la conferencia se fueron al traste. Del previsto escenario económico mundial de posguerra solamente pervivirían el Banco Mundial, bajo control estadounidense y el Fondo Monetario Internacional, que históricamente y por razones políticas sería dirigido por responsables europeos.
Así con la firma de los acuerdos el 22 de julio de 1944, nació el mundo económico que, con pocas modificaciones, nos ha llegado hasta hoy. La URSS ni siquiera firmó los acuerdos de la conferencia. Y China, que sí lo hizo en un principio, se retiró de los mismos pocos meses después.
Harry Dexter White, que había redactado el primer borrador del Fondo Monetario Internacional y estaba llamado a ser su primer Director, fue acusado de espionaje a favor de los soviéticos y se vio obligado a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Falleció de un ataque al corazón tres días después. Desde entonces y con escasas excepciones, todos los directores del fondo han sido europeos.
El dolar, en lugar del bancor, se configuró como la divisa internacional de referencia con el compromiso de la Reserva Federal de mantener el patrón dolar/oro en niveles estables. Menos de 30 años después, Nixon acabó con esa restricción y desde entonces, cada vez que el gobierno americano necesita financiación para cualquier aventura, le pide a la Reserva Federal imprima más dólares. Sin más respaldo que la declaración del gobierno de que ese papel es dinero en efectivo.
El parecido con la génesis de la eurozona es sorprendente. En 1945 los EEUU emergieron como la potencia dominante que todavía son. Tenían todo lo necesario para serlo, potencia bélica, económica, política e industrial, mano de obra, materias primas,… solamente necesitaban una cosa más: mercados. Y nada mejor para llegar a esos mercados que la divisa internacional fuese la propia, la que controlaban.
La historia se repetiría, 50 años después y en el viejo continente. Alemania volvería a ser hegemónica en Europa… pero con vecinos dispuestos a disputarle esa hegemonía. Con el derribo del Muro de Berlín y el país reunificado, Alemania encontró por fin su Lebensraum. Urgió a sus socios para ampliar la CE hacia el este, su mercado próximo y ávido de productos alemanes; y a poner en marcha la moneda común. Polonia, Países bálticos, Chequia, Eslovaquia, Hungria, Rumanía, incluso Bulgaria, uno tras otro fueron admitidos dentro de la Comunidad. No importaba que muchos de ellos ni siquiera cumpliesen las condiciones que unos años antes les habían sido exigidas a los países del sur de Europa. Alemania los necesitaba de su lado. Incluso se implicó bélicamente, por primera vez desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, a favor de Croacia y en contra de Serbia. Solamente cuando lo intentó también con Ucrania y el oso ruso le enseñó los dientes, se planteó que quizás Ucrania era un bocado demasiado indigesto.
Lo que el viejo aristócrata enseñó al mundo en Bretton Woods todavía nadie la ha refutado. Y cada vez que las crisis, económicas, sanitarias o naturales retornan cíclicamente, volvemos los ojos a él que seguramente desde donde esté nos mirará socarronamente y meneando la cabeza pensará que somos unos estúpidos.
“La lección de Keynes en Bretton Woods sigue hoy tan vigente como en 1944. Los desequilibrios externos son —como mínimo— cosa de dos, y su corrección ha de ser por tanto, cosa de dos. La crisis de la deuda en la zona euro no es sino la otra cara de los continuados desequilibrios comerciales externos de cada país, pero internos a la zona. La respuesta a la misma desde las instituciones europeas hubiera horrorizado a Keynes, pues consiste en generalizar el malestar económico y social en los países deudores sin ganancia clara para los acreedores. En suma: un auténtico despropósito económico. Pero ¿quién podría hacerles leer hoy a los dirigentes de la Unión Europea el plan pergeñado en 1944 por Keynes por si hay en él ideas que permitan salir del actual marasmo? Pues es el caso que la propuesta de creación de una cámara de compensación interna en la eurozona, semejante a la ICU que propuso Keynes, que “penalice” también a los países de la zona en superávit estructural, es perfectamente factible y merece ser considerada como alternativa a la austeridad contractiva y el empobrecimiento.”
Fernando Esteve “El plan Keynes y la Eurozona” 2013
Gukgeuk 200421
(1) Cada artículo exportado por un país miembro agregaría bancors a su cuenta de ICB, y cada artículo importado los restaría. Se impondrían límites sobre la cantidad de bancors que un país podría acumular vendiendo más en el extranjero de lo que compró, y sobre la cantidad de deuda de bancors que podría acumular comprando más de lo que vendió. Esto evitaba que los países acumularan excedentes o déficits excesivos. Los límites de cada país serían proporcionales a su participación en el comercio mundial … Una vez que se hubieran incumplido los límites iniciales, a los países deficitarios se les permitiría depreciarse, y los países excedentes a apreciar sus monedas. Esto haría que los bienes de los países deficitarios fueran más baratos, y los bienes de los países excedentes más caros, con el objetivo de estimular un reequilibrio del comercio. Otras infracciones de la posición de débito o crédito de Bancor provocarían obligatoriamente una respuesta. Para los deudores crónicos, esto incluiría la depreciación obligatoria de la moneda, el aumento de los pagos de intereses al Fondo de Reserva del ICB, las ventas forzadas de oro y las restricciones a la exportación de capital. Para los acreedores crónicos, incluiría la apreciación de la moneda y el pago de un mínimo del 5 por ciento de interés sobre los créditos en exceso, que aumentaría al 10 por ciento en los créditos en exceso más grandes, al Fondo de Reserva del ICB. Keynes nunca creyó que los acreedores realmente pagarían lo que en realidad eran multas; más bien, creía que tomarían las medidas necesarias … para evitarlos.
(Princeton: Princeton University Press, 2013
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