1930. EL PRELUDIO DE LA HECATOMBE
Hasta la crisis de los 30 el sistema de protección social francés estaba basado fundamentalmente en las sociedades de ayuda mutua (S. Secours Mutuel), los subsidios a la pobreza y las instituciones de caridad. El inicio de esa década fue turbulento en Francia, varios movimientos legitimistas monárquicos, de derecha y fascistas se miraban en el espejo del fascismo italiano y trabajaban para intentar implantar un régimen similar en el país. En febrero de 1934 estos grupos fascistas emulando la Marcha sobre Roma de Mussolini intentaron asaltar la Asamblea Nacional mientras se votaba una cuestión de confianza del presidente radical Daladier. Los enfrentamientos costaron una veintena de muertos y los heridos pasaron de los 2.000. El asalto fue rechazado pero el presidente Daladier dimitió siendo sustituido al día siguiente y en todo el país, especialmente entre la izquierda, quedó la impresión de que que el fascismo era una amenaza muy real en Francia. Esto motivó en gran medida que en 1935, a iniciativa de los comunistas franceses, se crease una Alianza Antifascista conjuntamente a los socialistas de la SFIO, los radicales de Daladier y grupos intelectuales y sindicales antifascistas.

En 1936 el “Rassemblement Populaire” gana las elecciones, con un programa que no anunciaba grandes cambios estructurales y menos revolucionarios pero sí prometía «restaurar la capacidad de compra suprimida o reducida por la crisis» debida a las políticas austericidas y deflacionistas de la derecha. Otra lección de la historia que no aprendimos.
León Blum formó un gobierno de socialistas y radicales, con 2 mujeres por primera vez en su seno, apoyado desde fuera por el Partido Comunista y en medio de una entusiasta oleada de huelgas, ocupaciones de tierras y fábricas que llegaron a desbordar al recién creado gobierno. Esto sin embargo convenció a los empresarios, temerosos de una revolución comunista, de la conveniencia de llegar a un acuerdo con el Gobierno de izquierdas y los Sindicatos. El 7 de junio la patronal francesa (CPGF) y la Confederación General de los Trabajadores (CGT) firman los Acuerdos de Matignon, en los que se contemplan subidas generalizadas de salarios (entre un 8 y un 15% según tramos), la implantación de los convenios colectivos y la libertad sindical como principales acuerdos.
En los dos años escasos que duró el gobierno del Frente Popular se modificó la legislación laboral, adoptándose la semana laboral de 40 horas y las vacaciones pagadas (cuentan cómo familias de trabajadores llenaron por primera vez las playas del Mediterráneo francés, ocasionando el espanto y la huida apresurada de las familias burguesas acostumbradas a disfrutar de los veranos con sus playas en exclusiva). Se adoptaron medidas de corte keynesiano tendentes a la reactivación de la demanda interna. En el sector industrial se fomentó la producción industrial con un programa de rearme, se acometió un ambicioso programa de inversión en obras públicas, algo semejante a lo que hacía Roosevelt en Estados Unidos. En el sector primario, siempre prioritario en Francia, el gobierno creó la Office national interprofessionnel du blé para contener la caída del precio de los cereales y proteger así a los agricultores.
Pero la llegada de la izquierda al gobierno desató una oleada de odio por parte de la extrema derecha que acusó al gobierno de “traición a Francia” y una campaña antisemita (Blum era judío) que luego tendría su continuación en la Francia de Vichy. El acoso llegó a tal extremo que una campaña mediática llevada por Action Française y la Cagoule, (grupo terrorista de extrema derecha que contaba con varios generales en activo entre sus miembros, Petain entre ellos), empujó al suicidio a Roger Salengro, ministro de Interior, a pesar de que se había demostrado la falsedad de toda la trama difamatoria. Más lecciones a aprender.
A pesar de la relativa paz social que las reformas llevaron a toda Francia, la economía francesa, seriamente deteriorada por los efectos de la Gran Depresión, no levantaba cabeza. La huida de capitales había mermado las reservas y dejado a Francia en una situación de dependencia. La devaluación del franco en octubre de 1936 fue recibida con hostilidad por los sectores financieros y en 1937 el gobierno decide aplicar un impasse en la aplicación de las reformas sociales, ocasionando una oleada de críticas por parte del PCF y el ala izquierda de la SFIO. Blum presentó su dimisión en julio, iniciándose una sucesión de gobiernos (Chautemps, otra vez Blum, Daladier) en medio de una crisis social y política provocada por los medios económicos y mediáticos de la derecha que duró hasta el inicio de la guerra.

En vísperas de la guerra León Blum era un activo antifascista. Escéptico ante la firma de los acuerdos de Múnich, reprobó al Partido Comunista Francés que se hubiese mostrado de acuerdo con el Pacto germano-soviético y abogó por el rearme de Francia frente a la amenaza nazi a pesar de las críticas de muchos de sus compañeros de partido que le reprochaban su actitud nada pacifista. Fue uno de los 80 parlamentarios que se opusieron a la concesión de los plenos poderes a Petain en julio de 1940. Dos meses después fue arrestado y encarcelado en el castillo de Chazeron. En 1943, el Gobierno de Vichy entregó a Blum a la Gestapo que lo deportó al campo de Buchenwald. Logró sobrevivir y aún tuvo tiempo de dirigir el gobierno provisional antes de la instauración de la Cuarta República, entre diciembre del 46 y enero del 47.
1945. OTRA VEZ LA SOMBRA DE LA REVOLUCION.
A mediados de 1945, recién terminada la II Guerra Mundial, Europa era un escenario caótico. Con Alemania devastada, el Ejército Rojo estaba firmemente implantado en los países del Este y una coalición social-comunista gobernaba en Viena desde abril. Francia, que se despertaba avergonzada de su pasado colaboracionista, y los países del sur se aprestaban a formar gobiernos de reconstrucción, que iban a estar fuertemente condicionados por fuerzas de izquierda provenientes de los distintos movimientos de resistencia (partisanos, maquis,…), algunos todavía sin desmovilizar. Grecia se desangraba en una guerra civil entre monárquicos y comunistas que aún duraría 4 años más y Yugoslavia optó por constituirse en “Republica Popular Federativa”. El comunismo ya no habitaba solamente en las heladas estepas rusas, ahora también bañaba sus pies en las playas del sur de Europa. Todo hacía pensar que los temores de Bismark esta vez se harían realidad y una revolución socialista iba a inundar el Oeste y el sur de Europa.
GRAN BRETAÑA. CAMBIO DE LIDER PARA LA RECONSTRUCCION.
En este escenario Winston Churchill se apresuró a convocar elecciones en julio de 1945. Lo hizo antes de que la marea revolucionaria amenazase con inundar también las islas y en la seguridad de que se impondría con facilidad a cualquier otro candidato.

Churchill había sido un político en general bastante aborrecido por gran parte de la clase política británica y especialmente por los trabajadores desde que, poco antes de la guerra, recomendase “ametrallarlos para terminar con las huelgas”, sin embargo su figura como líder nacional se había agigantado durante la guerra hasta alcanzar dimensiones épicas.
Durante la campaña electoral el pasional y algo bocazas líder conservador había afirmado “si los laboristas se empeñaban en querer dirigir la industria y la vida entera del país, él recurriría a una policía del tipo de la Gestapo”. A pesar de eso, o por eso precisamente, el caso es que Churchill perdió. Y perdió por una de las mayores diferencia que se han registrado en unas elecciones británicas. El líder laborista Clement Attlee, hasta hacía poco ministro en uno de sus gobiernos, consiguió prácticamente el 50% de los votos, le dobló en escaños, le obligó a volver de Potsdam donde seguía representado su papel como uno de los líderes del mundo, y relegó durante las 2 siguientes legislaturas al atónito y enfurecido Winston al pataleo desde los escaños de la oposición.

Aunque perteneciente a la élite británica educada en Oxford, Attlee era muy diferente a Churchill, a diferencia de él nunca había tonteado con el fascismo, durante la guerra de España apoyó al legítimo gobierno republicano y había aprendido que para evitar una revolución bolchevique en su país necesitaba pactar con sus votantes, especialmente con los cientos de miles de soldados que estaban volviendo de los frentes europeos y cuyo voto cuidaron especialmente los laboristas, una reconstrucción del país que no se basase en la explotación y la miseria de las clases más desfavorecidas.
Attlee se puso manos a la obra. Durante los primeros meses de su mandato aplicó un programa político socialmente avanzado, bolivariano dirían hoy algunos neoliberales. Durante su mandato se nacionalizaron el Banco de Inglaterra, la industria del carbón, los ferrocarriles, la siderurgia y casi todos los servicios como el gas, la electricidad o el transporte. En política exterior, se concedió la independencia a la India y se abandonó Palestina. Encargó a su ministro de sanidad la creación del NHS (Servicio Nacional de Salud), puso en marcha la nueva ley de Educación (Ley Butler) y finalmente promulgó el Plan de Vivienda Nacional que impulsó la construcción de viviendas públicas de alquiler social en todo el territorio británico, llegando a construir del orden de 250.000 viviendas anuales para alquiler social.

FRANCIA FRENTE AL ESPEJO.
Al final de la guerra Francia había perdido millón y medio de vidas y el número de desplazados superaba los 5 millones. De los 800.000 franceses que pasaron por los campos de concentración solamente el 20% pudieron regresar. Menos de la mitad de la red ferroviaria estaba en condiciones de uso y la cuarta parte de los inmuebles había sido destruida. El coste de la vida se había disparado y el mercado negro desangraba las ya precarias economías domésticas.
A todo eso los franceses debieron hacer frente a otro problema aún más grave: el Colaboracionismo. Durante las semanas posteriores al final de la guerra el número de ejecuciones sumarias superó las 10.000. En los meses siguientes, fueron encausados 160.000 presuntos colaboracionistas, de los cuales más de la mitad fueron absueltos o condenados a penas leves, un 15% a prisión, otro 10% a trabajos forzados y se dictaron 7.037 penas de muerte, de las que unas 800 se ejecutaron. La depuración administrativa fue importante, sobre todo en París, Alsacia y Lorena. Aun así Francia en ese aspecto fue mucho menos dura con sus colaboracionistas que otros países como Países Bajos, Noruega o Dinamarca.

Pétain fue juzgado en julio. Ante la Corte Suprema tuvo el cinismo de declarar el primer día del juicio que en realidad él era un aliado en la sombra de De Gaulle, para posteriormente asegurar que en último término la responsabilidad era… ¡de Francia! por haber confiado en él para gobernar el país en esos tiempos oscuros. Fue condenado a muerte y despojado de todos los honores, posteriormente su pena fue conmutada por cadena perpetua y él confinado en Yeu hasta su muerte.
En octubre, Francia decidió en referéndum finiquitar la III República y eligió una Asamblea Constituyente para la IV. El vencedor fue el Partido Comunista, seguido de cerca por los socialistas y los democristianos de Schuman. En total la izquierda revolucionaria y los radicales de izquierda se hicieron con 380 de los 586 escaños de la Asamblea.
Con esos hilos Charles de Gaulle intentó seguir liderando el Gobierno, sin embargo pronto se demostró que los proyectos políticos de la Asamblea y de De Gaulle, que exigía concentrar mucho más poder en la figura del Presidente, eran incompatibles y en enero de 1946 se vio forzado a dimitir quedando durante los siguientes 10 años marginado de la vida política. Así, tanto Francia como Reino Unido decidieron que los dos lideres que encabezaron el esfuerzo de guerra en sus respectivos países, no eran los más apropiados para su reconstrucción. Más lecciones de la historia.
El gobierno de coalición encabezado por el socialista Vincent Auriol se dispuso a compaginar la tarea de la reconstrucción del país con la de dirigir el proceso constituyente de la IV República. El camino de la colectivización fue similar al del Reino Unido. En un primer momento se nacionalizaron algunas industrias (entre ellas Renault, que como tantas otras, arrastraba un sucio pasado colaboracionista), la industria del carbón fue reunificada bajo un conglomerado público, el transporte público y algunos servicios también fueron colectivizados. En una segunda oleada el turno les llegó a la banca de depósitos y a las aseguradoras. Para 1948 el 15% de la economía nacional francesa era pública, un porcentaje similar a la de la Gran Bretaña. En el terreno social se unificaron todos todos los seguros sociales bajo el paraguas de un organismo público y se extendió universalmente su cobertura. A las reformas sociales se sumó la planificación. Se acometieron urgentemente los trabajos de reconstrucción de infraestructuras. A pesar de todos los esfuerzos 3 años después del fin de la guerra el nivel de vida francés todavía era un 30% inferior que el de antes de la liberación. Pero la hoja de ruta para la construcción del estado de bienestar francés estaba definida.
ITALIA. OTRA VEZ DESDE CERO.
Italia se tomó su tiempo. No convocó a las urnas hasta un año después de terminada la guerra. Pero los italianos e italianas (fue la primera vez que a las italianas se les permitió votar), además de elegir representantes para una Asamblea Constituyente, también decidieron sobre el modelo de estado. Así que en la misma jornada, a la vez que las elecciones a la Asamblea, se celebró el Referéndum Constitucional para decidir si Italia continuaba siendo una monarquía bajo el reinado del “Re di Maggio” Humberto de Saboya, hijo de Víctor Manuel III que había abdicado un mes antes en un desesperado intento de lavar la cara a la monarquía después de 2 décadas de complicidad con el fascismo.

...los italianos además de elegir representantes para una Asamblea Constituyente, también decidieron sobre el modelo de estado.
Las legislativas las ganó la Democracia Cristiana de De Gasperi, aunque los socialistas de Unión Proletaria y el Partido Comunista sumaron más votos y escaños que ellos. En cuanto al modelo de estado, los italianos e italianas decidieron que era hora de terminar con reyes y comendadores, pasaron página y la dinastía Saboya se sumó a la pléyade de casas reales sin corona del papel couché.
Después de más de dos décadas de régimen fascista, Italia había heredado un modelo de relaciones laborales basado en el corporativismo fascista, con sindicatos gremiales compartidos entre trabajadores y empresarios y un sistema de protección social que básicamente descansaba sobre las mutualidades que cada persona o familia estuviese en condiciones de contratar, completado con sistemas de beneficencia (del Estado y de la iglesia). La figura de la mujer (la mamma) era, y en algunas regiones aún lo sigue siendo, el pilar donde descansaba el cuidado y ayuda a ancianos, enfermos y en general de toda la familia. El Estado Fascista promovía la figura de la mujer cuidadora, facilitando permisos de maternidad, subvenciones y otras ayudas a las mujeres italianas a cambio de que éstas se hiciesen cargo del cuidado de sus ciudadanos. Sobre esos cimientos tan poco firmes Italia debería empezar a reconstruirse.
Salud, educación y vivienda serían los ladrillos con los que la Europa de la posguerra empezaría a construir un Estado de Bienestar moderno, sostenible y superador de los anteriores Estado Providencia francés, Estado Social alemán o Estado Maternal italiano. A esta tarea se sumaron todos los estados europeos.

…bueno, no todos. Los dos países ibéricos seguirían aún tres décadas más en la sacristía nacionalcatólica, “orgullosamente solos” en frase de Salazar, el dictador portugués.
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