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De lo local a lo global. Etorkizunik badago, sozial-berdea izango da.


LA “TRAICION” DE NUESTRO BASTARDO.

Tras el hundimiento de la URSS, Yeltsin, el etílico presidente de la Rusia postsoviética y los personajes procedentes del viejo PCUS que le rodeaban, como Anatoly Chubáis o Yegor Gaidar, se dispusieron a pilotar la transición de Rusia al nuevo paraíso del libre mercado.

Con la fe de los conversos, aplicaron las más duras estrategias diseñadas por gurus ultraliberales de Harvard como Larry Summers (*) o Jeffrey Sachs, autor intelectual de la teoría que años después fue bautizada como “Capitalismo de Shock“.(**)

(*) Realmente Larry Summers era un tipo “completo” en todos los aspectos. En 1991 en un memorándum interno para el Banco Mundial, había defendido la lógica económica de verter los desechos de los países del mundo industrializado en los países menos desarrollados: “Siempre he pensado que los países menos poblados de África están en gran medida subcontaminados”. Años después fue despedido de la Universidad por machismo.

(**) “Empiécese con el abandono de la intervención estatal, libérense los precios, promuevase la competencia en la empresa privada, véndase las empresas estatales tan rápido como sea posible”.

En síntesis, el plan consistía en el saqueo generalizado del Estado, la privatización de los bienes del mismo dejándolos en manos de gángsters mafiosos como Boris Berezovsky y en la conversión de Rusia en el laboratorio del neoliberalismo salvaje teorizado por los economistas de Harvard. Rusia abrió así su economía de par en par, incluso facilitó créditos milmillonarios para que la banca internacional tuviera acceso a la gran subasta de activos públicos, en la cual fueron vendidas a precio de saldo las grandes empresas estatales a un puñado de oligarcas afines a Yeltsin.

El FMI con Michel Camdessus al frente también apostó fuerte por el capitalismo del shock en Rusia, favoreciendo la apertura de cuentas de capital y los negocios especulativos de todo tipo, contribuyendo así a la creación de burbujas que provocaron una crisis en el país euroasiático 10 años antes de que la historia se repitiese a nivel global, crisis que el FMI agravó con sus habituales recetas austericidas.

Para 1998 Rusia arrastraba una deuda superior a los 180.000 millones de dólares (60.000 de ellos heredados de la Rusia Soviética). Cuando Rusia pidió nuevas líneas de crédito para evitar el pánico entre los acreedores, asustados por la crisis en Asia, el FMI se las negó ocasionando así un default que desencadenó una ola de suspensiones de pagos en fondos de inversión que habían realizado billonarias apuestas por la privatización y la desregulación financiera diseñadas por los gurús económicos del todavía presidente Boris Yeltsin. Un consorcio bancario se encargó de rescatar a los fondos mientras el FMI hacía lo propio, esta vez sí, con Brasil y con otros países en desarrollo.

En este contexto, tras la suspensión de pagos, Putin, el candidato de Occidente y en unas elecciones en las que el Partido Comunista de la Federación Rusa fue el más votado, accedió a la presidencia con la promesa de terminar con el saqueo de Rusia y la corrupción generalizada.

Al principio los líderes occidentales acogieron con elogios la llegada de un líder fuerte que, por su pasado en el KGB, conocía a fondo el “deep state” ruso y podría poner fin al desbarajuste. Bill Clinton y Tony Blair se deshicieron en elogios hacia el nuevo lider. El New York Times lo retrató como “una versión humanitaria de Pedro el Grande” la actual ministra canadiense de Economía, escribió entonces que “con Putin nos enamoraremos otra vez de Rusia”.

Pero algo había cambiado tras el colapso. El daño a la credibilidad de la democracia liberal era ya irreversible. Durante este periodo de saqueo generalizado del estado, la pobreza en Rusia, que a pesar de la precariedad de los últimos años del socialismo real se había mantenido en tasas inferiores al 5%, alcanzó al 40% de la población. Putin había prometido que terminaría con todo eso y, mientras no se demostrase que él era otro oligarca más, los rusos le apoyarían elección tras elección. Y cuando Putin llegó a la presidencia en el 2000, también tenía claro que si no lograba cumplir esas promesas, sus días en el Kremlin estaban contados.

Encontró un país controlado por los oligarcas que habían financiado a Yeltsin sus campañas electorales a cambio de privatizar y repartir entre ellos las más importantes empresas del país. Petroleras, energéticas, mineras, distribuidoras, agrícolas, medios de comunicación… todas las más importantes empresas rusas estaban en manos de un puñado de oligarcas que durante los últimos 10 años se habían enriquecido enormemente y que ahora se empezaban a expandir también por Europa a través de los mercados financieros de Londres o Frankfurt.

A los pocos meses de acceder al poder, Putin se reunió en el Kremlin con una veintena de los hombres más ricos de Rusia. No trataba de negociar nada con ellos, sino de ponerles las cartas sobre la mesa: No debían meterse en política, no debían desafiar el poder del Kremlin y tenían que ser fieles a su gobierno, a cambio seguirían ganando dinero. Casi todos ellos salieron de la reunión con una idea clara: podrían seguir haciendo negocios con Putin, pero contra él era mejor no intentarlo.


Putin no es propiamente un oligarca. Es un hombre adiestrado por el KGB para defender al estado (soviético o ruso) contra cualquier enemigo exterior o interior y ha dedicado toda su vida a ese fin durante y después de la Guerra Fría. Tampoco tiene ningún inconveniente en que los oligarcas rusos sigan enriqueciéndose… siempre que mantengan sus manos fuera de los resortes del poder. Esa es la línea roja.

Los que no entendieron eso lo pagaron caro: Mijaíl Jodorkovski en 2002 era el hombre más rico de Rusia pero fue desposeído de su empresa (la gigantesca Yukos) y encarcelado por delitos fiscales por negarse a ver esa línea roja. El magnate televisivo Boris Berezovski, que tuvo la temeridad de manifestarse contrario a Putin, en 2003 tuvo que exiliarse en el Reino Unido y 10 años después apareció ahorcado en su casa. Su amigo Nikolai Glushkov, al que Yeltsin había regalado una participación mayoritaria de Aeroflot, fue estrangulado por pleitear contra el Kremlin que había vuelto a recuperar la mayoría en la compañía de bandera rusa.

Como Aeroflot, otras empresas estratégicas para el Kremlin han seguido el mismo camino. La petrolera Yukos acabó en manos de la estatal Rosneft. Similar destino tuvieron bancos o empresas de armamento, Putin las ha ido recuperando para la Federación Rusa, poniéndolas en manos de personas leales al Kremlin: los Siloviki, un grupo de fieles, la mayoría amigos de juventud y petersburgueses como Igor Sechin, su mano derecha, los hermanos Rotenberg o el mismísimo Dimitri Medvedev, con el que ha gobernado en tándem durante 12 años.

Otro aspecto no demasiado comentado de la personalidad de Putin es su germanofilia. A su ciudad de origen, San Petersburgo, la más europea de las ciudades rusas, suma su estancia sirviendo al KGB en Alemania, el idioma alemán que habla con soltura y varias propiedades inmobiliarias que, según el diario Bild, poseería en Berlín y Munich. Durante todo su mandato Putin ha procurado cultivar esa relación con Alemania, llevándola incluso a intentar un acuerdo estratégico con ella, y por ende con la UE.

Ese acercamiento estratégico Europa/Rusia no es nada nuevo. El canciller aleman Willy Brandt y su colega soviético Leonid Brézhnev ya practicaron con desigual fortuna la “Ospolitik” en plena Guerra Fría y desde entonces Berlín y Moscú mantienen relaciones estables y fluidas.

Cuando después de 16 años en el poder Merkel se despidió de la política, una de las más efusivas despedidas llegaron desde Moscú, Vladímir Putin valoró los “muchos años de cooperación fructífera” agradeció la “significativa contribución” de Merkel “al desarrollo de las relaciones ruso-alemanas” y finalmente aseguró que “siempre será bienvenida en Rusia”.

En efecto, durante los años que Merkel y Putin han coincidido en sus respectivas cancillerías fueron tejiendo una red de complicidades, acuerdos comerciales y pactos estratégicos, a veces no exentos de suspicacias y desencuentros pero siempre dentro del diálogo y la negociación. Ya en 2006 firmaron el acuerdo para la creación de un gasoducto directo a través del Báltico entre ambos países, ante la irritación de Polonia que lo equiparó al pacto Molotov-Ribbentrop de 1939. En 2018, apuntalaron la continuidad del acuerdo nuclear con Irán tras la salida de Estados Unidos en una reunión donde exhibieron otras coincidencias frente a Washington. Todo ello siempre bajo la vigilante y desconfiada mirada del amigo americano.

Y es que Estados Unidos no quiere que Alemania y la Unión Europea se liberen de la tutela que mantiene sobre ellos desde 1945. A medida que las relaciones comerciales mejoran, se levantan las barreras comerciales, se relajan las normas, aumenta el intercambio de viajes, el turismo se refuerza y nuevos lazos de seguridad aumentan la confianza mutua.

En el caso de que la UE y Rusia devinieran en aliados o socios comerciales, con acuerdos firmes sobre la arquitectura de la seguridad en Europa (Rusia ya hizo su propuesta en 2009), de repente no serían necesarias las bases militares de los USA ni los carísimos sistemas de armas y misiles que nos venden, ni las costosísimas contramedidas a que todo ésto obliga a Rusia. Las transacciones energéticas no se pagarían en dólares, ni habría necesidad de acumular bonos del Tesoro de Estados Unidos para equilibrar las cuentas. Los intercambios entre los socios sí podrían realizarse en sus propias monedas. Emergería en el continente europeo un enorme espacio geográfico con más de 700 millones de habitantes, rico en tecnología y recursos naturales, autónomo, libre de dependencias americanas o asiáticas que sería lo más parecido a lo que los europeos siempre hemos llamado EUROPA y que nos viene siendo robado desde hace 75 años.

Georg Friedman uno de los analistas estratégicos de cabecera de las fuerzas armadas norteamericanas lo dijo bien claro:

“El interés primordial de Estados Unidos, por el que hemos librado guerras durante siglos, la Primera, la Segunda y la Guerra Fría, ha sido la relación entre Alemania y Rusia, porque unidas son la única fuerza que podría amenazarnos. Tenemos que asegurarnos de que eso no ocurra”

George Friedman.
Ex CEO de Stratfor.
Presidente de Geopolitical Futures.

Eso América lo sabe desde hace tiempo y es una de sus peores pesadillas. Lleva muchos lustros trabajando, por una parte para impedir este escenario al precio que sea y por otra intentando desplazar el centro geopolítico al Pacífico. Lo tiene mucho mas claro que esta Europa, arrogante, autocomplaciente y snob, perdida en sus pequeños y no tan pequeños egoísmos nacionales.

Las buenas relaciones entre Alemania/UE y Rusia perjudican el orden establecido por Estados Unidos hace 75 años y Washington hace todo lo posible y lo imposible, lo lícito y lo ilegal para sabotearlas. Empujando a Reino Unido a abandonar la UE, (si hace falta manipulando una consulta popular), alentando y manejando desde la sombra el Grupo de Visegrad para imposibilitar a la UE cualquier paso adelante, fomentando grupos de oposición (neonazis si hace falta) en los países neutrales para acosar a la población rusa, arrinconando a la Federación Rusa hasta obligarle a soltar el zarpazo para que la profecía se autocumpla y echar así por la borda cualquier tentación de convivencia europea que deje a los USA fuera del juego… y de paso conseguir el cierre de Nord Stream y con ello aumentar la dependencia de Europa de su patrón americano. No era muy difícil verlo, era más difícil aceptarlo, ahora será aun más difícil reconducirlo.

Un dictador nunca es tal hasta que América así lo certifica. La geopolítica está llena de “amigos” que de un día para otro dejan de serlo y pasan a la lista negra de lo más negro. Pasó con Jomeini, con los Somoza, con Milosevic, con Gadafi, con Sadam y seguirá pasando con muchos otros. Parafraseando a Roosevelt, el presidente de Rusia era “nuestro hijo de puta” hasta que, allá por 2009, dejó de ser uno di noi, quiso jugar a su propio juego: volver a colocar a Rusia en el tablero mundial y, lo que es peor, hacerlo con la Unión Europea de la mano.

Eso es más de lo que la metrópoli puede soportar.

@gukgeuk 200421



2 erantzun “LA “TRAICION” DE NUESTRO BASTARDO.” bidalketan

  1. Simplemente, genial.

  2. […] «En el caso de que la UE y Rusia devinieran en aliados o socios comerciales, con acuerdos firmes sobre la arquitectura de la seguridad en Europa (Rusia ya hizo su propuesta en 2009), de repente no serían necesarias las bases militares de los USA ni los carísimos sistemas de armas y misiles que nos venden, ni las costosísimas contramedidas a que todo esto obliga a Rusia. Las transacciones energéticas no se pagarían en dólares, ni habría necesidad de acumular bonos del Tesoro de Estados Unidos para equilibrar las cuentas. Los intercambios entre los socios sí podrían realizarse en sus propias monedas. Emergería en el continente europeo un enorme espacio geográfico con más de 700 millones de habitantes, rico en tecnología y recursos naturales, autónomo, libre de dependencias americanas o asiáticas que sería lo más parecido a lo que los europeos siempre hemos llamado EUROPA y que nos viene siendo robado desde hace 75 años.» (La traición de nuestro hijo de puta) […]

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