Donald J. Trump será el próximo presidente de los Estados Unidos de América elegido por los votos de unos 75 millones de americanos. De paso será el autócrata impuesto por esos mismos votantes, al resto de la población mundial.
Un informe de 1975 encargado por la Comisión Trilateral calificaba de «exceso de democracia» el hecho de que los ciudadanos pudiesen presionar a los gobiernos mediante demandas, manifestaciones, campañas y otros tipos de presión. Ese mismo informe creó el concepto «gobernabilidad«, inexistente hasta entonces, referido a la necesidad de un autocontrol democrático que incluyese la renuncia de los ciudadanos a ejercer esos derechos o a la supresión de los mismos. Acusaba al «nuevo activismo», (pacifistas, feministas, ecologistas y otros derechos civiles) de ser los responsables de socavar la legitimidad del gobierno y, finalmente, abogaba por resolver este «problema de legitimidad» por medio de gobiernos tecnocráticos.

Han pasado casi 50 años desde el informe e irónicamente, en uno de esos habituales giros de la historia, unos millones de esos votantes, a los que sus demonios personales les empujan a usar su libertad para votar en contra de ella, han elegido presidente a un oligarca ególatra, abusador sexual, convicto de la justicia, autoritario, racista y misógino, que además provoca serias dudas respecto a su salud mental. Un sector, sin duda mayoritario, de las sociedad estadounidense (que no americana), ha asumido finalmente el informe de la Trilateral cumpliendo así la oscura profecía.
«Ese exceso de democracia en los Estados Unidos en la década de 1960 produjo un aumento sustancial de la actividad del Gobierno y una disminución sustancial de su autoridad.» (Samuel Huntington)
Ahora, y por lo menos hasta las próximas legislativas de dentro de 2 años, todos los poderes de estado estarán en sus manos. Eso supondrá un impulso a la guerra cultural emprendida en 1979 (4 años después del informe) por los neoconservadores norteamericanos en temas como aborto, eutanasia, multiculturalismo, homosexualidad, igualdad de la mujer, cambio climático y tantos otros temas. Guerra que considerarán definitivamente ganada para sentirse con las manos libres para implantar su versión de la nueva Pax Americana.
Tanto los nuevos señores feudales, con Elon Munsk a la cabeza y colaborando activamente, como los mass media controlados en su mayoría por gestores de activos y otras oligarquías financieras, han trabajado intensamente durante las últimas décadas para llegar a este punto. Lo consiguieron fugazmente en 2016 para perderlo cuatro años después, no sin intentar antes llevarse por delante el sistema, pero ahora gracias a la amplia mayoría que ha decidido, desde el rencor de los desheredados, respaldar sus propuestas, EE.UU. entra en un túnel de cuyo final no se vislumbra ni un mínimo punto de luz. Y Europa con él.
El punto de inflexión no ha sido ese vendaval neoconservador que se está llevando por delante todos los progresos sociales que la izquierda, e incluso la derecha moderada, ha propiciado en Europa y América desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a fin de cuentas ese era su trabajo y lo han hecho a plena satisfacción de los promotores El problema es que la izquierda, la democracia cristiana e incluso la derecha social-liberal no han hecho sus deberes y les han dejado el campo libre para apoderarse del discurso y de paso de la mayoria, por no decir de todos, los resortes de control de la economia, el comercio mundial y la gestión política.
Cuenta Conor Burns, miembro del Partido Conservador Británico, que en una cena de homenaje a M. Thatcher le preguntaron sobre cuál pensaba que era su mayor logro político, ella sin dudar contestó: «Tony Blair y el nuevo laborismo». Y ese podemos decir que ha sido el gran triunfo del discurso cultural y político de esta derecha desprovista de conciencia social: Conseguir que la izquierda, cuando gobierna, lo haga con politicas de derecha.
Y en eso el Partido Demócrata ha sido el ejemplo perfecto. Un partido que, sin ser de izquierdas, se presenta ante su sociedad como social-liberal y que en lo que va de siglo ha arrastrado por el suelo todo su legado progresista, que lo tuvo.
«En una cena de homenaje a M. Thatcher le preguntaron sobre cuál pensaba que era su mayor logro político, ella sin dudar contestó: «Tony Blair y el nuevo laborismo». (Conor Burns, miembro del Partido Conservador Británico)
En estos últimos 35 años la Casa Blanca ha tenido durante 20, 3 inquilinos demócratas. Los dos primeros, juicios morales aparte, carismáticos pero incapaces siquiera de cumplir con compromisos sociales tan básicos como una sanidad pública universal. Y el último de ellos abiertamente senil. Los tres se embarcaron en la política procedentes de familias de clase baja o muy baja y la han abandonado siendo millonarios.
La última candidata, esta sí, de familia pudiente, se incorporó deprisa y corriendo a la carrera presidencial ante el ya indisimulable deterioro mental del candidato oficial. Tras cuatro años como vicepresidenta del país más poderoso del mundo, no podrá jactarse de un solo logro medianamente interesante durante su gestión, confiándolo todo a su indudable sexappeal y rodeada de rutilantes estrellas de la faràndula, el batacazo sufrido ha sido tremendo.
Bernie Sanders, que conoce bien hasta los dobladillos de su partido, lo manifestaba claramente en su artículo de ayer: «El Partido Demócrata, primero abandonó a la clase trabajadora blanca, luego a los trabajadores negros y después a los latinos. No debería sorprenderse ahora de encontrarse con que la clase trabajadora les ha abandonado a ellos.»
Y EUROPA?
Ante las sucesivas crisis económicas, las élites empresariales y financieras europeas apostaron por fabricar en China para seguir manteniendo los beneficios empresariales (competitividad le llamaban ellos), llevaron casi toda la industria, incluso la más estratégica a Asia, aún a costa de desmantelar la industria europea, persiguiendo el loco sueño de una Europa de consumidores sin fábricas. Como resultado de estas prácticas los actuales niveles de producción de la UE son inferiores a los del año 1995. Hoy ninguna empresa europea, en cualquier tipo de industria estratégica, aparece entre los diez primeros de las listas.
China ya no es el competidor barato con productos de baja calidad. Donde antes estaba Nokia hoy está Xaomi. No existe un equivalente europeo de Google o Baidu. Tras repetidos intentos y miles de millones en inversiones, Europa no dispone aún de nada comparable a la Nueva Ruta de la Seda china. Alemania está refugiada en su nicho de fondos de inversión, Holanda se dedica al bucanerismo en el océano del comercio mundial, Francia está siendo expulsada de África y su lugar lo están ocupando chinos y rusos… y así podríamos seguir. Francia prácticamente ya no produce más que alimentos y productos de lujo. Italia, Grecia y España viven del turismo… Solamente la automoción mantiene cierta ficción de poderío industrial y será por poco tiempo, Corea ya se está encargando y China espera el momento oportuno para inundar Europa de coches eléctricos.
(Lo que viene 11/07/22)
Hoy Europa cruza los dedos mientras mira de reojo a su enorme vecino euroasiatico y espera a ver cuál será el escenario cuando este gane esa guerra que el socio americano sembró en su patio trasero y que Europa no supo o no quiso evitar.
Y calla. Calla porque Europa no es un país sino un club de pequeños, y no tan pequeños, nacionalismos. Un proyecto que se ha convertido en un fin en sí mismo. Un proyecto para sus políticos y sus funcionarios pero no para ningún demos europeo. No existe tal cosa porque esos nacionalismos se niegan a crearlo. No hay más.

Apenas queda rastro entre su clase política de aquellas ideas de construcción europea, progreso, libertad y estado del bienestar que alumbraron los padres fundadores, y las democracias escandinavas, en las que todos nos mirábamos, han sido finalmente engullidas por el espectro de la OTAN. La socialdemocracia no era otra cosa que esto, gobernar desde la izquierda como lo haría la derecha. Tony Blair nos enseñó el camino y algunos no quisimos creerle.
Atrás quedó el sueño de Mark Leonard de esa Europa que lideraría el siglo XXI, ayer mismo su mensaje era un ruego para que Europa no entrase en pánico.
Ahora es el sálvese quien pueda… pagar.
Esto pinta muy mal.
@gukgeuk 241109
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